Los cuatro fantásticos.
- Papi, cuéntame un cuento, ¿ya? – Dijo el niño, mientras acomodaba las frazadas de su cama.
- Bueno, pero después te duermes, porque mañana hay culto y como buenos cristianos debemos ser puntuales – respondió el papá, y comenzó:
“Había una vez, un joven paralítico. Este muchacho, pese a su condición de discapacidad, era muy feliz, puesto que tenía amigos que lo acompañaban. Tenía cuatro amigos que lo hacían sentir el joven más bendecido del mundo.
Un día, Federico, uno de los cuatro amigos, escuchó que había llegado a la ciudad un nuevo predicador, que hacía muchos milagros. Sanaba enfermos, resucitaba muertos, caminaba sobre el mar, etc. Muchas cosas se contaban de él. Esto encendió una luz de esperanza en su corazón: “¿y si orara por...?” No lo pensó dos veces y corrió a proponerles la idea a los demás.
El amigo paralítico dijo inmediatamente que sí. Dos, de los otros tres, disidieron apoyar, pero el último... el último dijo que no. Argumentó que no le parecía apropiado molestar al predicador ni exponerse al ridículo. Obviamente sus amigos trataron de convencerlo, pero eso sólo empeoró todo... y por una simple diferencia de opinión, terminaron tres enojados contra uno, y viceversa. Todo por una diferencia de opinión.
Los tres que estaban dispuestos a llevar a su amigo donde aquel predicador, se pusieron de acuerdo e hicieron una estrategia por turnos para llevar a su amigo. Y así partieron. Un rato lo cargaba uno, otro rato el siguiente y así se iban rotando todo el tiempo.
Cuando faltaban pocas cuadras para llegar a la casa donde estaba el predicador, ocurrió algo. Raúl, uno de los tres que llevan al paralítico, escuchó que los otros dos hablaban de él, mientras llevaba cargaba a su amigo. Y, efectivamente, así era. “Yo creo que Raúl le habló muy golpeado”, decía Juan (uno de los que murmuraban). “Sí, sí. Él tuvo toda la culpa. Ahora podríamos estar todos juntos de no ser por él”, le contestaba Rodrigo. Así se fueron, hablando mal de Raúl, hasta llegar a la casa indicada. Fue ahí cuando Raúl explotó. Discutieron muy fuerte, justo afuera de la casa. Raúl descargó toda la rabia que por cuadras y cuadras había acumulado. Cuando estaban a punto de llegar a los golpes, Juan y Rodrigo echaron a Raúl del grupo. Le dijeron que ya con él “ni al culto”.
Así quedaron los dos con el paralítico. A los pies de la casa. Cuando reaccionaron, vieron que estaba ¡repleto! No cabía ni un alfiler. Como en los cultos de Antioquía. Así que no les quedó otra opción que irse. Tomaron sus cosas y se dispusieron a volver. Pero el paralítico los interrumpió y les dijo: “Por favor, ya llegamos hasta acá, por último entremos por el techo”. La cara de su amigo los conmovió, y de malas ganas, comenzaron la ardua tarea. Alegaban por todo. Discutían por cualquier tontería. No se podían poner de acuerdo en nada. Al cabo de tres hora y media, lograron subir a su amigo al techo. Cuando todos estaban arriba ocurrió lo que tanto temía el paralítico. Sin darse cuenta, Rodrigo le pisó el pie a Juan. Y quedó la embarrada. Sin mucho preámbulo, se trenzaron a golpes como un par de desconocidos. Se revolcaron en el techo, hasta que, entre vueltas y vueltas, cayeron del techo, se golpearon la cabeza y quedaron inconscientes. No hubo quien bajase al paralítico del techo. El predicador se fue y el paralítico seguía ahí. Llegó la noche y el paralítico quedó ahí. Murió de dolor, no por el frío, sino por la soledad.”
- Sabes ¿qué fue lo que pasó? – Preguntó el papá al niño.
- No papá, ¿qué? – Respondió y preguntó el niño.
- Los cuatro amigos no se percataron del modelo de maldad que se levantó en contra de ellos, porque tampoco sabían el poder que tiene la amistad. Si tienes un amigo, eres una persona muy bendecida, y con ellos a tu lado, puedes alcanzar todo lo que te propongas... ¡Absolutamente todo! Ya, ahora duérmete para que no te cueste levantarte mañana. Buenas noches.
“Ya sabes que me gusta asegurarme que se reciba el mensaje que Dios quiere entregar. Y el de ahora es muy sencillo. ¿Tienes amigos? Cuídalos. Ámalos. Hazles saber que te acuerdas de ellos. (Un mail no es tan mala idea). Hace un tiempo en un juego, leí que la amistad es como una flor, si no la riegas se muere. En el reino de Dios no hay muerte, pero sí se puede dormir esa amistad.
Ahora, si no tienes amigos (en el reino), estás en un grave peligro. Si no tienes a alguien con quien te guste estar. Alguien a quien puedas llamar a la hora que sea, simplemente porque necesitabas hablar con él (o ella). Si no cuentas con una amistad genuina, búscala. Estoy seguro que Dios tiene un grupo de personas íntimas para ti.
Y finalmente, cuando todos tengan ese (o esos) amigo (s), no permitan que pequeñas cosas los separen. Las diferencias de opinión siempre estarán, aprendan a aceptarse.
Por ningún motivo hables de un amigo. Los ataques que más duelen no son los del enemigo, son los que vienen de los más cercanos. Hablemos las cosas de frente y con amor.
Y si te dañan, recuerda que estamos llamados a perdonar y no a enjuiciar. A levantar al caído, aunque el “caído” te haya fallado.
Hay un sueño que peligra. Que puede morir de soledad en el techo. Puede morir justo antes de llegar a donde aquel que puede hacerlo caminar. ¿Estás dispuesto a poner en peligro ese sueño, por diferencias tan pequeñas? Estoy seguro que no. Por eso, valora a tus amigos, con el valor que merecen. Si estás enojado, ya sabes que tienes que hacer. Y si no los tienes, también sabes que hacer.”
Con mucho cariño. Cristian San Martín.