Monday, February 19, 2007

Receta de Cocina.


Muy buenos días a todos, hoy vamos a aprender una receta muy, pero muy fácil: “Versículos graneados”.

Primero, cubra la base de su entendimiento con aceite de oliva. Luego, sobre el aceite esparza los granos de versículos hasta hacer una capa uniforme sobre el aceite de la base del entendimiento.
A la olla, agregue una pizca de aliños de vivencias personales, un poco de sal de datos curiosos, y las verduras que encuentre necesarias para darle un sabor adecuado, ya sea, cebollas de emociones, zanahorias de creatividad, ajo y apio.

Luego de que puso todos los ingredientes en la olla del entendimiento, proceda a freír a fuego lento y con un tostador debajo de la olla. El fuego del Espíritu y el tostador de la razón le darán poco a poco un tono cristalino a los granos de versículos.

Mientras se fríen los granos de versículos y todos los aliños y verduras, ponga a hervir agua. La medida de agua dependerá de la cantidad de granos de versículos que usted esté preparando, o sea, por una taza de granos de versículos, dos tazas de agua.

Una vez que los granos ya estén fritos y el agua de lo vivencial esté hervida, proceda a echar el agua a la olla.

El agua de lo vivencial le dará la cocción necesaria para que la comida sea comestible para las personas. Ahora busque de entre los acompañamientos el que prefiera para servirlo a la mesa. Como sugerencia, propongo unos bistec de chistes o unas escalopas sacadas de algún libro que le haya ayudado.

Para finalizar, sólo busque una bebida que le ayude a digerir la comida y que realce el sabor de lo que acaba de preparar, por ejemplo, un jugo de emoción. Y ya tiene su propio plato de Versículos Graneados.


“¿Qué quise transmitir?, sólo fue algo que Dios permitió que viera. Poco a poco, gracias a conversaciones con hermanos, llegué a la conclusión (guiado por Dios) de que la mayoría de la gente que está en las iglesias no sabe prepararse comida. Está tan acostumbrada a que otros preparen el almuerzo y se lo lleven hasta la boca, que nunca aprendieron (o a algunos se les olvidó) que era responsabilidad de cada uno prepararse la comida para mantenerse bien alimentado. Más encima después nos atrevemos a criticar a los que sí preparan comida. Que el pastor fue muy duro o el apóstol no tiene idea de lo que habla.
Ya, creo que está clarito el mensaje. Por último, y por las dudas, los versículos graneados no son la única receta que existe. También está la cazuela de rhema y el rhema arverjado. Ahí tienes que prepararte el que más te guste, pero hazlo, porque con comer sólo de vez en cuando te va a convertir en un raquítico espiritual.”


Con Cariño, Cristian San Martín.

Saturday, February 03, 2007

Rhemail N°18: Hasta que nazca

Hasta que nazca.


... Ahí estaba yo. Las manos me sudaban por los nervios. El aire estaba enrarecido por la tensión del momento y sólo mi respiración agitada rompía el incómodo silencio que abrumaba la habitación. Miraba a mi hermano y podía ver en su rostro la pregunta: ¿Qué hacemos ahora? No era fácil ser el hermano mayor en esos momentos. Luego, la miraba a ella y aun sin decirme una palabra pude leer en sus ojos el ruego desde su corazón, pidiendo ayuda. O al menos, compañía. Pero cómo ayudar sin tener la menor idea de qué hacer. Es como querer hacer un gol sin saber que hay que achuntarle al arco. No me juzgues, estudiando informática no te preparan para presenciar partos. Y menos ha practicar la obstetricia. No, no, no. A mí déjenme con los computadores, virus y programas. Pero ahí estaba. Ya no podía escapar. Yo era el responsable ahí. Tampoco podía correr a pedir ayuda, porque al menor intento de moverme, ella gemía de una manera espantosa para que no me fuera de su lado. Sólo le acariciaba el vientre y pedía instrucciones al cielo sobre qué debía hacer. El dolor que ella sentía era extremadamente intenso. Se retorcía de dolor. Y miraba con ojos penetrantes que clamaban ayuda, o al menos compañía... ¡De pronto! Un grito ensordecedor llenó toda la habitación. Sí, lo peor estaba por ocurrir. El dolor se intensificó aún más y también mi desesperación. Nunca había visto un parto, ni siquiera en la televisión, y ahora estaba a punto de efectuar uno. ¡¿Puedes creerlo?! Sé lo que me vas a decir: “¿Por qué no fuiste a pedir ayuda?”. Pero no podía. Si hubieses visto sus ojos. Y más aún, si hubieras escuchados sus gemidos. Un clamor que no se podía ignorar. Gritos que desgarraban hasta los corazones más fríos e indolentes.
Los gritos se intensificaban al mismo tiempo que los dolores. La tensión del lugar era abrumadora. Cuando por fin parecían disminuir las contracciones, arremetían con más fuerza, y junto con los gritos desgarradores de ella, todo el mundo invisible podía escuchar los gritos silenciosos de mi alma pidiendo una dirección. ¿Qué hacer en una situación así? De un momento a otro, ella adoptó una posición extraña. Todos sus músculos se apretaron y se empezó a abrir la compuerta de la vida. Ver eso logra impactar hasta la persona más dura. Ver que el tamaño de la abertura vaginal crece a dimensiones insólitas e increíbles. Y que de pronto empieza a aparecer “algo”, sin forma, ni color digno de describir. Un olor putrefacto, venía a poner la guinda a la torta de cosas desagradables. ¡Deja de criticarme con la mente! No fue fácil. Te recuerdo que lo mío es programar, administrar redes de computadoras, diseñar algoritmos... Nunca pensé en estar en una situación así. Pero volvamos a lo que estaba saliendo por aquella vagina. De a poco comencé a distinguir formas, colores, y a acostumbrarme al espantoso olor que emanaban ambos. Pero por alguna curiosa razón, la flamante nueva mamá, dejó de hacer fuerzas. Era evidente que estaba cansada, pero dejó de hacer fuerzas cuando su hijo estaba con la mitad del cuerpo afuera. La zona púbica de la madre ya parecía cualquier cosa, y el bebé, con la mitad del cuerpo adentro y la otra mitad afuera. ¿Puedes creerlo? Ahí recién atiné a hacer algo cuerdo y que fue animarla, y motivarla para que no dejara la tarea a medias. “Vamos, te falta poco”. Me hubiese gustado darle de mis fuerzas para que pudiera seguir con su agotante misión, pero no podía. Me paraba a caminar y poder pensar y los gritos desgarradores volvían a decirme: “¡No me dejes sola!”. Me daba la impresión que ella sabía que no podía ayudarla mucho, pero lo que me pedía era que no la abandonara por nada del mundo.
En un acto digno de admirar y digno de resaltar y alabar a la “raza” femenina, sacó fuerzas de “alguna parte” y a pesar del cansancio y el dolor, volvió a pujar. Pujar como nunca antes. Sabía que sólo faltaba un poco, pero si yo me movía de su lado, ella gemía y gritaba para que volviera a sentarme a sus pies, tal vez porque quería que recibiera a su hijo o porque mi presencia la inspiraba para seguir pujando.
Al cabo de unos minutos eternos y de mucha presión y tensión, todo concluyó con una linda criatura en mis manos.
La madre exhausta de tanto pujar, veía como su “niña” respiraba y vivía por sí sola. Y yo seguía sin creer lo que había vivido. Al cabo de un par de días, y con la mente un poco más despejada, me senté al lado de mi gata y su hija recién nacida, y comencé a entender...

“Quise relatar la historia de esta manera porque necesitaba toda tu atención. Sé que no es muy agradable que nos comparemos con un animal, pero para mi fue impactante el poder que tenían los gritos de mi gata. Su clamor no me permitía alejarme ni un momento hasta que su bebé nació. Y la enseñanza es justamente esa, ¡clama! Porque con tu clamor, Dios no se podrá apartar de tu alumbramiento. Tal vez quieres sacar adelante tu familia. Quizás sea tu relación con Dios la que aún le cuesta nacer. Tal vez sean tus proyectos los que estás viendo como se disuelven o se alejan del cumplimiento. ¡Clama! Y Dios no podrá moverse de tu lado hasta que eso que estás dando a luz nazca. Yo no me pude mover del lado de mi gata, y eso que yo soy hombre y mi gata es apenas mi mascota. ¿Crees que Dios podrá moverse de tu lado, siendo que El es Dios y tú eres su HIJO? ¡Clama! Hasta que tus sueños sean dados a luz, ¡Clama! Que el Padre no podrá apartarse de tu lado hasta que el parto termine. El clamor consiste en esas oraciones desesperadas que no tienen mucho de teología. Salen del corazón y no de la mente. No necesariamente son gritos, pero sí son desgarradores. Y estoy seguro que el Padre, al escuchar tu clamor, no se apartará de tu lado, hasta que nazca.

Con Cariño, Cristian San Martín.