Historia de un viejo.
-¡¿Cuántos?!- Gritó el amigo, al escuchar la información de su compañero.
-En serio, tiene ochenta y tantos- dijo el otro, para afirmar lo que había dicho.
En ese momento el primero soltó la carcajada más burlesca e hiriente que jamás haya oído. “¿qué se cree?”, “¿está enfermo?”, “está realmente loco”. Eran las frases que se repetían una y otra vez los dos amigos.
La razón de toda su conversación es que escucharon que el viejo quería ir a la guerra. Uno de los dos hombres más viejos del país, le suplicaba al otro hombre de los más viejos, que lo dejara ir a la guerra y arrebatar algo que, según él, le pertenecía.
No te atrevas a emitir ningún juicio, por favor. Los jóvenes sólo estaban usando la razón. ¿Cómo un viejo haría algo que sólo pueden hacer los jóvenes? Eso es realmente ilusorio. O por lo menos, lo era hasta ese momento.
-Amigo- dijo uno de los jóvenes al viejo que quería ir a la guerra. –como se le ocurre que usted va a poder ir a pelear esta batalla. Sería un disparate. Es imposible.
-Pero si no me siento viejo- argumentaba el anciano –me siento como de cuarenta- decía levantando el bastón y moviéndolo rápidamente.
Jajajajajajajajajaja, se rieron ambos jóvenes en la cara del viejo. Fueron hirientes. Faltos de respeto. Crueles. Pero lamentablemente no puedo decir que no hubiese hecho lo mismo en su lugar. Piénsalo. Imagínate al más viejo que tú conozcas, diciéndote que quiere ir a predicar a las tocatas de heavy-metal. Ah! Ahora te parece patético igual que a mí. Y es que no hay una manera más respetuosa de verlo.
Los jóvenes trataron de “hacer volver en sí” al viejo. Insistieron por todos los medios, aunque siempre con el mismo sentir de subestimación que no los dejaba ponerse serios.
El viejo, por otra parte, seguía con su alocada idea de querer ir a conquistar lo que cuarenta años atrás le habían ofrecido como recompensa por una buena actitud.
- Ya no tiene cuarenta años- le gritó uno de los jóvenes, tratando de que reaccionara.
- Si ya lo sé- respondió el viejo, con la misma fuerza con la que le gritó el joven.
Ya enfadados por la testarudez del viejo, los jóvenes desistieron de la idea de convencer al viejo de que no estaba en condiciones de ir a la guerra. Dieron media vuelta, tomaron sus cosas y partieron a sus destinos, mientras el viejo Caleb terminaba de ponerse el yelmo para ir a la batalla por la que tanto había insistido.
Cuenta la historia, que fue una de las victorias más impresionantes que había llevado a cabo Israel sobre sus enemigos. También se cuenta que los jóvenes nunca se acercaron a felicitar al viejo. Tal vez por vergüenza o tal vez por una profunda admiración. Lo que sí es cierto, es que por generaciones y generaciones, contaron en sus familias, la historia de un viejo.
“Quiero ahora que me pongas mucha atención. Porque lo que quise transmitir en este escrito es algo que nos afecta a todos. Absolutamente a todos. Se trata del menosprecio.
Primero, hablarles a todos los que están siendo menospreciados. No importa lo racional que parezcan las explicaciones que te dan los demás para fundamentar su poca confianza en ti, sigue adelante, porque aunque tengas ochenta años, si fue el Eterno el que te dijo que fueras a la guerra, nada te parará. No te dejes convencer por las circunstancias, tú eres lo que tu Papá dijo, y punto.
Segundo, y ultimo punto. Es el que yo creo que más nos afecta. Y es que en mayor o menor medida, siempre menospreciamos a la gente. Menospreciamos a los líderes, pastores, profetas y apóstoles. Menospreciamos mendigos, pordioseros, indigentes, drogadictos y alcohólicos. Menospreciamos amigos, hermanos, familiares y vecinos.
Me gustaría darte lo que sigue, de manera profética, como el Eterno me habló a mí: “Vence el menosprecio, pensando de cada persona, lo que Yo pienso. Hablando de cada persona lo que Yo digo. Dándole a cada persona, el valor que Yo les di. Porque Yo los hice y yo digo cuanto valen”.
Con cariño, Cristian San Martín.