Todos estaban como locos. Todos gritaban. Todos corrían. Era un alboroto generalizado. No se distinguía nadie. Nadie, excepto los policías frente al maestro, con sus uniformes y sus cascos. El llanto y la histeria abundaban en ese lugar. Todo era caos. Y para colmo, el “amigo” entregándolo con un beso. Eso sí que me partió el corazón. Un beso no se debería ocupar algo tan cruel... ¡¡Claro que no!! Los besos son para que el papá despida al hijo en la puerta de la escuela. Los besos son para que la mamá salude a la hija cuando llega de la universidad. Los besos son para decir que sí a la propuesta de noviazgo. Los besos son para confirmar los juegos de miradas entre el esposo y la esposa, cuando por fin los niños se durmieron. Etc, etc... Pero no para traicionar a un amigo. No para entregar a quien confió en ti y te discipuló por tres años.
Fueron tres años inolvidables. Tres años en los cuales, los momentos felices superaban por amplia mayoría a los momentos tristes. Tres años de enseñanza. Tres años de milagros. Tres años de sanidades. Pero por sobre todo, fueron tres años de amistad. Una intensa y, aparentemente, sincera amistad... Aun recuerdo como Jesús abrazó a Judas cuando éste llegó de sanar enfermos y reprender demonios. A Judas le brillaban los ojos por todo lo que había vivido, y a Jesús le brillaban por ver a su amigo tan feliz. Realmente fueron años tremendos... Por lo mismo, no entiendo por qué lo entregó. No logro comprender, por qué lo traicionó. Pero lo hizo.
Fue precisamente cuando lo besó, el momento más dramático de toda la noche. Unos lloraban. Otros insultaban. Otros miraban atónitos. ¿Y Pedro? Nadie entendía qué hacía al lado del maestro. El resto estábamos a un par de metros, preparados para arrancar. Pero Pedro no. Pedro, al lado de Jesús, miraba a Judas, con una mezcla de rabia y pena. A veces bajaba la mirada tratando de comprender, y luego volvía a mirar a Judas. Decepcionado, triste, furioso.
En eso, un policía se acerca a Jesús para llevárselo. Pedro sintió como la ira se apoderaba de él, mientras el uniformado acercaba su mano al brazo del rabí, y no lo soportó. Sacó una espada pequeña, no sé de dónde, se lanzó hacia el guardia y, de un golpe con la espada, le cortó la oreja izquierda. Mientras el soldado se quejaba de dolor, y sangraba sin cesar a los pies de Jesús, a nosotros nos embargaban más y más el deseo de levantarnos en contra de los guardias romanos. Pero todo se disipó cuando el maestro, yendo en contra de toda lógica, tomó la oreja del soldado, le sacudió el polvo con mucho cuidado y por “arte de gracia”, se la “pegó” nuevamente a quien más tarde se lo llevaría detenido.
Ese día fue inolvidable. Cenamos por última vez con Jesús y luego pasó lo que te acabo de contar. Pero lejos lo más intrigante es el por qué Jesús sanó al soldado. Y más aun, por qué parecía mirar a Judas mientras reacomodaba la oreja del policía. Eso creo que nunca lo sabremos.
Para mi fue un gran gusto contarte lo que vi. Y será hasta la próxima. Se despide Matías, apóstol de Jesucristo.
“Una vez más quiero lograr que te identifiques con Pedro. Aunque tú digas que nunca haz atacado a nadie con espadas ni cuchillos ni nada por el estilo. Quiero hablarte de la cantidad, inmensa, de veces que les cortamos la oreja a las personas, pero con nuestros actos. Con nuestra vida les impedimos escuchar el mensaje del evangelio, porque no vivimos lo que decimos creer. Quiero contarte que cada vez que no eres el mejor, estás cortándole la oreja a alguien. Cada vez que haces lo que sabes que no debes hacer, la espada de tu testimonio le corta la oreja a alguna persona y le priva de escuchar el mensaje del evangelio.
¿Sabes? Jesús desde el principio sabía que Judas lo traicionaría, pero siempre se decía: es mejor con orejas. ¿Piensas que hay alguna otra razón para que Jesús le pusiera la oreja al que estaba dispuesto a azotarlo? Simplemente, es mejor con orejas. Para terminar, y seguramente no les va a gustar a muchos, tengo que decirte que Jesús no puede hacer tantos milagros en la actualidad, porque ocupa mucho tiempo pegando las orejas que nosotros cortamos. La integridad es parte esencial del evangelio, es un mensaje irrefutable. Tratemos de no perder la integridad cotidiana, porque son mejores con orejas.”
Cristian San Martín.